miércoles, 15 de abril de 2009

PUBLICACIONES, RELATOS Y POEMAS DE CRUZ CARTAS

PUBLICACIONES
AQUELLA NOCHE LLOVIERON FLORES, de Cruz Cartas, es el título del Cuaderno Literario nº 6 de la colección Tirarse al Folio, publicado por Ediciones Cardeñoso (Vigo) febrero 2009

RELATOS Y POEMAS

LIBERTAD VIGILADA


      El pájaro entró por la ventana del salón. Era un día claro de otoño, preso aún de vapores estivales, así que no debió ser el frío lo que le empujó a buscar refugio entre las pesadas cortinas. Quizás fuera el hambre, o la angustia de una libertad recién estrenada lo que dirigió su vuelo. El caso es que entró en nuestra casa por la ventana del salón.
      Oímos su aleteo urgente entre el damasco. Vimos su miedo en los giros dislocados de la cabeza menuda, en el movimiento excesivo de su pecho disparado.
- Tranquilo, bonito, que no pasa nada.
- ¡Qué asustado está!
      Un temblor verde y amarillo para el que encontramos casa esa misma mañana. Acomodamos su jaula en el cuarto de estar, en una mesa auxiliar donde antes se acumulaban libros y folletos publicitarios. Se le veía feliz.
     Entretenía las horas en un picoteo disparatado que sembraba todo de semillitas huecas, o se paraba en el minúsculo trapecio y ensayaba ruidos, trinos extraños que imitaban sintonías de la radio. Eso nos animó a enseñarle a hablar. Nos colocábamos enfrente de él, mirándole a los ojos, y repetíamos “perico, perico” una y otra vez, esperando que su pico grueso fonetizara nuestras palabras. Pero, aunque era un pájaro excepcionalmente listo, le faltaba concentración, se aburría pronto de nuestros rostros de gigante y volvía a su trapecio con aire ligeramente ofendido.
      Entonces se nos ocurrió darle la libertad vigilada. Un perico que era ya de la familia debía poder disponer de más amplios horizontes. 
      Bienvenido madrugaba a pesar del paño negro con que intentábamos negarle la mañana. Presentía el sol y comenzaba sus cantos con fuerza, como si sintiera el obligado descanso como castigo y se vengara con aquel himno discordante. El resquemor por el sueño interrumpido nos hizo olvidar las advertencias maternas y, cerrando la puerta del cuarto, abrimos la de su jaula. De inmediato dejó de cantar, se quedó quieto, los ojillos vigilantes. Ya habían pasado cinco minutos cuando se animó a salir, comenzó entonces un vuelo ligero que le llevó directamente a estamparse contra los cristales. El golpe seco le hizo caer detrás del sofá, pero no habíamos llegado al rescate cuando él ya salía intentándolo de nuevo. Y de nuevo el golpe sordo. Le llamamos con angustia, asustadas de sus torpes intentos que le iban a dejar tarado sin duda de por vida, si es que no moría estrellado contra aquel engañoso cielo. Pero, después del cuarto intento, él se quedó encima del sofá, las garras afianzadas en la pana, el porte altivo, la mirada llena de astucia. Luego fue caminando hasta la esquina, un pequeño salto le llevó al aparador, carrerita corta con las alas bien pegadas al cuerpecillo rechoncho y un último esfuerzo que le dejó sin accidentes en la jaula. Entró, bebió agua y observó nuestras caras de susto. Hizo un pequeño movimiento, como requiriendo nuestra atención, y posándose de nuevo en el borde de la puerta la picoteó hasta que consiguió que la cerráramos.
      Renunció ese día a los azares de la libertad y si encontraba abierta la salida, sólo daba vuelos cortos o paseos del sofá al televisor o a la mesa, después volvía a su jaula y picoteaba la puerta.


SONETOS


SONETO I

Abandono
Huérfana te has quedado de pisadas,
llena sólo de sueños incompletos.
Mudo corazón, vano esqueleto
que aún ayer se esponjaba entre miradas.
Con clavos las ventanas bien cerradas,
crucificando los vacíos quietos.
Hasta el aire se descubrió sujeto
en la pálida niebla de la nada.
La nostalgia se enreda en tus umbrales
filtrándose tenaz, como los ríos,
tiñendo de verdín los barandales.
Y anidan en la hierba los cristales
como gotas inmensas de rocío.
Como llanto de amor, como puñales.



SONETO II

Tu boca
No hay otra primavera que tu boca,
refugio donde curo mis heridas.
Granada abierta, puerta de la vida
cálido sol que alumbra cuanto toca.
No hay otra primavera que tu boca,
que tu voz de canela florecida,
que el pomar de tu labio donde anida
tu risa, que todo lo trastoca.
Irreverente, me hundo en la frescura
del beso que promete el labio ardiente
de tu boca de virgen niña y pura.
Voy, amor, abocado a la locura
de perderme en tu lengua y en tu diente
como un niño se pierde en la espesura.



SONETO III

Insomnio
Implacable reloj de mis desvelos
que en la noche desgranas los segundos
impidiendo mi entrada en otros mundos,
y dejándome viuda de consuelos.
¡Oh!, cruel reloj, que mata mis anhelos
de encontrar un descanso más profundo
y con tu voz me burlas nuevos cielos,
amores y alegrías más fecundos.
Has tornado la noche en pesadilla
y vestido el silencio de locura.
Has roto la liviana arquitectura
del sueño, constructor de maravillas,
con la turbia intención, estoy segura
de seguir reinando en la negrura.



SONETO IV

Del amor
Como ladrón furtivo en casa ajena
tu amor, que me pilló desprevenida.
Como de hierro y seda la cadena
que me liga a tu vida de por vida.
Pero aún siendo tan dura la condena,
ni soñar me permito con la huída.
Tú besas otra boca y yo a la pena,

la disfrazo tenaz de bienvenida.
Que venga tu mirada a despertarme,
que se pierdan mis dedos en tu pelo,
que me quemen tus manos en la tarde.
Que no deje amor de maltratarme.
Que si yo con mis manos toco el cielo,
es sólo si tú vienes a besarme.



SONETO V

Miguel Hernández
Estoy pensando en ti, Miguel, que eras
como una enamorada calentura,
triunfo de la luz en la amargura,
pura nostalgia de las primaveras.
Siento el dolor de que te nos murieras
como un beso sediento de hermosura;
agua tu voz, que en mar se transfigura,
tu voz, pena llorada por panteras.
Busco entre tus hojas la alegría,
voy arañando la herida y el llanto
para robarle a la tristeza un día.
Y cuando cierro el libro, ya me quedo
con la esencia feliz de aquel tu canto
y tu vida de amor, negando el miedo.






MARÍA MARTILLO ( Relato del libro colectivo "Encuentros en la Parisiena" )

      Nadie imaginaría al verme cantar en misa, tan estirada y seca, que hubo un tiempo en que mi voz sonó arrabalera para una parroquia mucho menos escogida. Pero las noches turbias y los tugurios formaron parte de mi vida, fueron mi vida, cuando yo me hacía llamar María Martillo, la puta más pinturera de San José. De aquella época apenas me queda el mordisco del frío en los huesos y una tendencia a amanecer cuando el sol está muy alto. Por lo demás, nada me distingue del resto de damas virtuosas que frecuentan el salón de té y los rastrillos de caridad.
      Poco queda de lo que fui. Ni rastro de las violentas “pinturas de guerra”, los encajes y las sedas. Nada de abalorios ni de brillos. Visto discreta, negro, gris marengo. Una vuelta de perlas, un solitario mínimo y perfecto.
      En el destierro también el ron oscuro y dulce, el picante tequila, los cigarrillos turcos y su carga de misterio. He dejado de ser puta, mi primavera se agostó entre tanta boca ajena, tantas manos exigentes y tanto cuerpo premioso. No me arrepiento, a mí me gustaba mi oficio. Pero añoro la carne tersa y prieta, el brillo del pelo, la picardía de los ojos. Y, sobre todo, el olor del deseo y la mirada de cazador que se les pone a los hombres ante una hembra dispuesta.
      Nadie se acerca a mí desde que murió mi fabricante de colchones, el industrial de pro que me cambió la imagen y el futuro. Le anduve buscando muchos años, a sabiendas de que todo cuesta un precio. Le encontré en una noche lúcida y me pegué a él con constancia de rémora. Sin darle tregua ni descanso hasta que la alianza se encajó en mi dedo.
      Era un buen hombre, cortito, escaso de imaginación y atrevimiento, pero bueno. Lo malo es que su herencia, además de unos buenos activos financieros, incluyó también esta armadura que me oculta, esta respetable capa de fineza que me niega la alegría de un buen polvo.
      ¿A qué negarlo? Ya me llegó el otoño.
      Sin embargo, hace unos días, tuve un encuentro más bien primaveral, que me llenó de esperanza y pude sentir de nuevo que la sangre me rebullía por dentro. Encontré a Manolo. Ya sé que su nombre no dice gran cosa, que lo lleva mucha gente. Pero este Manolo fue sólo mío cuando yo todavía sabía enamorarme. Era pintor y pobre y a menudo le compraba los lienzos con el saldo de la noche. Ël dibujaba las líneas de mi cuerpo y quería rescatarme, pero a mí se me antojaba que la vida se pisaba más fuerte con una buena alfombra y no quise perder la cabeza. Unos años después quemé el último retrato que me hizo, porque se me veía el amor en los ojos y la melancolía no casa bien con este oficio.
      Y ahora está aquí y esta tarde voy a verlo. Expone su obra en el Círculo. Sigue siendo un poco pobre, desde luego no podría pagar con la venta de sus cuadros ni los minúsculos pendientes que ahora me prendo en las orejas. Pero yo ya pagué por tener el futuro bien cubierto.
      Manuel está de espaldas, su cintura sigue siendo estrecha y la camisa que lleva no oculta la firmeza de sus brazos. Se vuelve y mira distraído. Sus ojos pasan de largo. Yo estoy quieta y he empezado a temblar sin quererlo. Noto cómo se me acumulan las arrugas y las grietas, cómo se me descuelga el pecho y me brotan las varices. No me ha conocido... si no me conoce...! Pero entonces alguien reclama su atención, le toma del brazo, le acerca hasta mí.
      -Quiero presentarte a la señora de Bolaños, María..
      Me roza la mejilla y remata en mi oído el nombre de guerra, Martillo. Le revienta la sonrisa en la cara de cazador. Apenas atino a murmurar un ronco “encantada” con la voz arrabalera de mis mejores años.

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