martes, 3 de mayo de 2011



Ha devastado tu casa un racimo de muerte,
una cepa maligna que se enquista en la piedra
y tiñe de luto la tela de tus sargas.

Largo sea tu invierno, madrina,
y gélido el viento que te muerda los huesos.
Desde Santarem, día y noche rezo
para que Dios no cese en su castigo.
Que se vuelva amarga en la boca tu saliva
y el dolor te encoja las entrañas.
Que se agote en una luna tu semilla,
y no herede tu sangre los trigos de mi reino.

Usurpadora impía.

Porque mi nombre aún rueda por los campos
teñido su honor de bastardía,
mientras yo palidezco en un convento
de una tierra que también pudo ser mía.


       (De Juana la Beltraneja para Isabel la Católica, su  madrina)

7 comentarios:

Marcos Callau dijo...

Sobrecogedor, Cruz... heladoras palabras sin resquicio para la piedad. Saludos.

Esperanza dijo...

Cuanta amargura contienen estos versos, y no es de extrañar viniendo de quien vienen y para que quién son. Muy bien Cruz, poco a poco creo que vas a terminar ese libro que todos esperamos ansiosos.

PILARA dijo...

Una perla más para tu colección; sigue acuñando y algún día podremos verlas engarzadas.

Anónimo dijo...

Denso y profundo poema, un atardecer sin sol ni luna.
Un abrazo
Javier

Juan Calderón Matador dijo...

Vengativas palabras las vertidas en este poema desgarrador, demoledor en el fondo, grandioso en la forma. Un abrazo

Caminante dijo...

Los sueños nunca desaparecen siempre que las personas no los abandonen.
(Anonimo)

Anónimo dijo...

Desgarrador