Ahora que sólo están
la noche y las hogueras,
me acomodo en el silencio,
en el olor a derrota que duerme en los granados.
Por un instante, olvido
el rumor de sedas que se pliegan
asfixiando el cantar de las ajorcas.
Por un instante
el chasquido feroz de los baúles,
el tronar de aldabas que se cierran.
No quiero ver tanto desalojo.
Ya el polvo de sus botas
llena de inquietud a mis rosales,
y trastorna las aguas de la acequia.
Desvío la mirada
mientras se empaña el dulzor de las moreras.
La luna vela las afrentas,
redondea el hueso de tu espalda,
azucara las mentiras de tu lengua,
pone guante de hilo a aquella mano
que debió guardar las llaves de mi puerta.
Me acomodo en el silencio
de arrayanes habitados por la pena.
Y tú. Boabdil, lo sabes,
que morirán los ruiseñores de nostalgia
deambulando en pos de mi reflejo,
más no hallarán por mucho que lo busquen
ningún otro paraíso como el nuestro.