Hubo un verano antiguo
con olor a cloro y a sandía,
que me tuvo andando de tu mano
con el paso perezoso
de los que no sufren de esperas.
Con el otoño olvidé
que fuiste un cataclismo,
diapasón tus pasos
que marcaran el ritmo de mis venas,
tu nombre, una oración
en las horas densas de la siesta.
Me marché pensando estar intacta.
Se me llenó la vida
de atajos, de apeaderos,
de pértigas y manos.
Profundos como bosques los amores,
rumorosas las tardes de colmena,
pasiones afiladas,
rutinas, espléndidas mañanas,
desencuentros,,,
Y un día,
después de tanto tiempo,
cuando voy a partir con la navaja
aquel fruto que encerraba los veranos,
echo en falta de repente
el tímido rubor de la mejilla,
el inexperto beso,
el temblor de la piel en la caricia.
La rotunda calidez de tu mirada.